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Adèle parece tener una vida perfecta. Trabaja como periodista, vive en un bonito apartamento en Montmartre con su marido Richard, médico especialista, y con su hijo de tres años, Lucien. Sin embargo, bajo esta apariencia de cotidianidad, Adèle esconde un inmenso secreto, la necesidad insaciable de coleccionar conquistas. En el jardín del ogro es la historia de un cuerpo esclavo de sus pulsiones, una novela feroz y visceral sobre la adicción sexual y sus implacables consecuencias.
El deseo es, quizás, la parte más primitiva del ser humano. Nos deja a merced de los instintos, nos hace perder la cabeza, nos vuelve animales. El deseo, ustedes lo sabrán, es un calor que nace del pecho y se sube a la garganta y a las mejillas, y casi no nos deja respirar. Nos quedamos boqueando, como un pez fuera del agua. También es un hormigueo que baja hasta las piernas y nos coloca al borde del desmayo, con los ojos entrecerrados, nos obliga a apoyarnos en la pared o en una mesa. El deseo nos mantiene vivos, nos recuerda que no tenemos el control. Y de eso, precisamente, hablamos en En el jardín del ogro, la novela recién traducida de la autora francesa de ascendencia marroquí Leila Slimani, que nos trae la exquisita editorial Cabaret Voltaire –qué buen trabajo hacen- y que nos pone frente a una mujer con una vida en apariencia perfecta que necesita-busca-sufre encuentros sexuales esporádicos, una mujer que es capaz de sacrificarlo todo –su matrimonio, su maternidad, su trabajo- por el placer. O quizás hay algo más bajo esa adicción al placer.
Leila Slimani ya nos dejó a todos boquiabiertos con Canción dulce, premio Goncourt 2016, el escalofriante relato de una canguro que termina con los niños que cuida y que funciona, de principio a fin, como un retrato demoledor de la sociedad capitalista, de la familia, los afectos y la soledad en la era moderna, de las caóticas prioridades de la clase burguesa. Llega ahora a España su novela anterior, En el jardín del ogro, que aborda, sin complejos y sin pudor, la rendición al sexo de una mujer de mediana edad, guapa, exitosa, pija, con dinero. Está casada con un hombre atento, tiene un hijo encantador, trabaja en un puesto de responsabilidad. Sobre el papel, su vida está satisfecha, debería estarlo. En la realidad, necesita seducir, necesita consumar, necesita sumar nuevas conquistas, cuando más sucias, más depravadas, cuanto más morbosas, mejor. Y es aquí donde la novela queda convertida en paseo por el laberinto de las pasiones bajas, en una radiografía de una mujer dominada por los impulsos sexuales. No sé dónde leí una vez –o si lo leí en algún sitio- que no hay sensación comparable a la de sentirse deseado, a la de ser observado con ojos de lujuria. Y esta certeza puede parecer, grosso modo, el esqueleto de la historia, pero es sólo el barniz. Detrás de la búsqueda obsesiva del sexo hay mucho más y mucho más terrible: la infelicidad consciente, la pérdida absoluta de control, la necesidad de tener algo, de conseguir a alguien, de sentir el poder. Y también están el sexo y el dolor, la bajada a los infiernos, la incursión diaria al jardín del ogro. Y como telón de fondo, fíjense, nos coloca en un debate mucho más antiguo (y a la vez, mucho más moderno): ¿rechazamos el comportamiento de Adéle, la protagonista, sólo porque es mujer? ¿Sentiríamos la misma compasión, el mismo asombro, ante un hombre con esa misma adicción?
Los que me conocen ya lo saben: me rindo a una buena prosa, a la musicalidad de las palabras, a estética de la literatura. Leila Slimani hace gala de un estilo muy peculiar: es conciso, es directo, alguno dirán que casi frío, pero cuidado al milímetro, pulido hasta la última coma. Su forma de escribir es tan potente que no necesita alargarse en exceso ni darle demasiadas vueltas a nada. A veces, la sencillez es el camino más eficaz para contar historia, para que los lectores empaticemos con los tormentos de sus personajes. Slimani lo hace con maestría: sus propuestas se quedan largo tiempo en la memoria y en las conversaciones, con la sensación de seguir ligeramente aturdido. Supongo que ha quedado claro que estamos ante una de mis autores contemporáneas favoritas. Por su originalidad, por su elegancia. Por su valentía.
Leila Slimani nos abre las puertas del jardín del ogro, nos deja una invitación para que entremos, para que veamos en todo su esplendor la terrible flor de los deseos. Podría ser una flor carnívora o una venenosa, de ésas tan bellas que a uno no le importa si lo deja medio muerto. Y ya les aseguro yo, que acabo de salir de ahí y que aún estoy conmovido, que es una experiencia terriblemente bella, un paseo estimulante por las pasiones humanas, un vistazo al infierno. Y en la pasión está el desenfreno, la esclavitud y, sobre todo, el placer. El sexo como salvación y perdición, como bálsamo y herida. Y sobre todo, como lugar en el mundo.