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El ermitaño, Thomas Rydahl

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SINOPSIS: En una árida playa de la isla de Fuerteventura aparece, en el maletero de un coche, el cuerpo sin vida de un bebé. No hay restos del conductor, no hay huellas, no hay denuncia, no hay, pues, caso. La policía quiere cerrar la investigación para evitar otro escándalo Madeleine. Pero no cuentan con Erhard, al que todos conocen como «el ermitaño»: tiene setenta años, nueve dedos, lleva casi veinte años de taxista en Fuerteventura, es afinador de pianos en sus ratos libres, un loco del jazz, algo bebedor, vive con dos cabras y, en sus momentos de relax, se sienta en una sillita plegable que lleva en el maletero del taxi a devorar novelas. Es peculiar, solitario, muy observador y tiene un pasado oculto.
Como la policía quiere dar carpetazo al caso sin apenas indagar, Erhard decide tomarse la justicia por su mano y honrar al bebé descubriendo lo que ha sucedido en realidad. El hombre mayor, ya de vuelta de todo, desaparece: ahora Erhard sólo quiere justicia y no se doblegará ante nada ni ante nadie para llegar al fondo de la cuestión.

¿Por qué este género vuelve a resurgir y los thrillers ocupan los primeros puestos de venta en las listas de los más vendidos? Hay novelas que no podemos soltar hasta que acaban, y esta es una de ellas. Hay una necesidad por conocer qué pasa por la mente de un personaje tan fascinante como el de Erhard.

Posiblemente si este thriller psicológico tuviera otro protagonista, no funcionaría tan bien. Nos encontramos ante un personaje atípico en este tipo de novelas, un hombre de setenta años, al que le falta un dedo, taxista y con un sentido de la justicia muy particular. Lleva más de veinte años en la isla. Dejó atrás, en Dinamarca, a una mujer y a dos hijas. Es cierto que Erhard, quizá por su edad, está de vuelta de todo, se tiene así mismo por un defensor de las causas perdidas, y tiene ese espíritu quijotesco con el que empatizas enseguida, aun no siendo un personaje simpático.

Otro de los aciertos de la novela es el mismo paisaje, una isla pequeña, un lugar del que no puedes huir así como así, y a veces puede recordar a una cárcel. Así es como se siente el protagonista, aislado de todo lo que dejó atrás.

Erhard se sabe un perdedor y no esconde su condición ante nadie. Se muestra tal cual, desnudo, sin medias tintas, tan árido como el paisaje que lo rodea. La relación que tiene con los demás personajes de la novela es honesta, sin artificios. La isla de Fuerteventura, agreste, salvaje y solitaria, es un fiel reflejo de él. Como Erhard no tiene nada que perder, ha decidido investigar por su cuenta por qué un bebé de pocos meses aparece en la parte de atrás de un coche, en una playa desierta. Puede que solo le interese a él saber qué pasó en realidad, puede que busque una justicia en un mundo que es injusto, y por esto mismo no piensa abandonar a ese niño y pasar página como lo hace la policía.

El bebé como símbolo de la indefensión más absoluta es la misma que siente él ante una policía que no quiere hacer nada. La justicia es ciega y Erhard decide destapar esa venda que lleva en los ojos. En algunos momentos de la historia puede resultar descorazonadora. Podemos sentir la incertidumbre y la angustia del protagonista ante una policía pasiva, y que en muchos casos está al servicio de un poder corrupto.

A lo largo de la novela vamos a ir uniendo las piezas de un rompecabezas que parece no tener sentido. Es la misma luz cegadora de la isla la que no te deja ver qué hay detrás de todo lo que va descubriendo poco a poco Erhard. Entonces es cuando advertimos los secretos que esconde una isla tan pequeña como Fuerteventura. La oscuridad es tan potente como esa luz cegadora.

Resumiendo, Erhard es un personaje que deja con ganas de más, a pesar de que la novela tiene 650 páginas. Esta es una historia compleja y ágil, que cuenta la fragilidad de la naturaleza humana. 


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